domingo, 8 de enero de 2012

EMPRESARIO

Empresario es la persona que ejercita una empresa. Una empresa es un especial modo de desarrollar una actividad económica. Empresario y empresa son conceptos correlativos, no pudiendo existir el uno sin el otro. A lo largo del tiempo, los conceptos, siendo distintos parecen haberse fusionados, en cuanto que en el lenguaje ordinario se utilizan indistintamente.
La justificación de ello se encuentra en el hecho de que el empresario personaliza a su empresa. Pero, es el empresario para el Derecho español, el que asume las consecuencias jurídicas del tráfico jurídico. Tan es así, que el empresario se convierte en figura central sobre la que se desenvuelven el resto de instituciones jurídico-mercantiles. El término empresario, no penetra decisivamente en el ordenamiento positivo español, hasta la publicación del Reglamento del Registro Mercantil en 1956, en el que es empleado en múltiples ocasiones, como sinónimo del concepto hasta entonces imperante en el Derecho mercantil, el de comerciante.

Empresa y empresario son pues, los conceptos de referencia no sólo en la doctrina económica, sino también en el Ordenamiento jurídico español. El Derecho tomó de la ciencia económica el concepto de empresa y lo definió como la organización de los factores de la producción, capital y trabajo, con una finalidad de lucro. El fin perseguido por la actividad desarrollada por el empresario, se caracteriza por la producción de bienes o el cambio de los mismos y la prestación de servicios, en el mercado. La empresa se gestiona por el empresario para satisfacer la demanda del mercado. Con todo ello, estamos en disposición de definir a la empresa, siguiendo las pautas del profesor Rodrigo Uría, como «el ejercicio profesional de una actividad económica organizada, con la finalidad de actuar en el mercado de bienes y servicios».
Y aunque en la definición se omite, la indicada finalidad es doble, a la intermediación en el mercado hay que sumarle inexorablemente, la obtención de una ganancia. Sin ella, las empresas en el sentido conocido en occidente, no existirían. Siendo lo expuesto la ortodoxia, lo comúnmente aceptado, los ideólogos de la izquierda, a los que se le revuelven las tripas cuando escuchan hablar de empresas, empresarios, capital, ganancias, dividendos y otras tantas cosas en las que se basa la economía de mercado imperante en todo el mundo, han pretendido poner en uso el concepto del emprendedor, para diferenciarlo del de empresario, satanizando entonces este, mientras se jactan de advertir todo un cúmulo de bondades al otro. Así, se ha descrito el término últimamente como aquel que innova, es flexible, dinámico, capaz de asumir ciertos riesgos.Pero curiosamente, eso de intermediar en el mercado y la finalidad de la obtención del lucro, que serían caracteres naturales a atribuir al «emprendedor» son obviados, para darles un halo de romanticismo y de buenismo. Y así, construir un concepto ideologizado para su uso contrapuesto al de empresario. El término emprendedor, ni mucho menos es reciente, sino todo lo contrario. Lo reciente es el uso perverso del mismo. En un principio, se utilizaba hace siglos, para referirse a los militares que hacían la guerra con una finalidad empresarial-comercial.
Sentido que evolucionó y pasó a tener connotaciones comerciales casi exclusivamente. La palabra fue definida por primera vez en el Diccionario de autoridades de 1732 como «la persona que emprende y se determina a hacer y ejecutar, con resolución y empeño, alguna operación considerable y ardua. En aquellos tiempos, corría la época de la Ilustración, La Enciclopedia francesa se refería a él y «se dice por lo general del que se encarga de una obra, un emprendedor de manufacturas, un emprendedor de construcciones, un manufacturador, un albañil contratista». Es decir, los franceses a diferencia de los españoles, relacionaban el concepto con la persona que obtiene un contrato con otros y está a cargo de su ejecución, lo que en España se denominaba en aquellos tiempos «maestros de obra». Desde 1755, Cantillón otorga al término «entrepreneur» o emprendedor, el carácter de tomador de riesgos en lugar de salarios. Fue Jean Baptiste Say, quien en 1803 lo generalizó como tomador de riesgos económicos, en su Tratado de Economía Política, y cuando fue traducido al castellano, el termino originario «entrepreneur», se tradujo como empresario. Aseverando que era este el que dirigía una empresa, actuando como intermediario entre el capital y el trabajo. Notó que es raro que tales empresarios sean tan pobres que no posean siquiera parte del capital que emplean. Esta concepción perduró hasta comienzos del siglo XX.
El cambio conceptual tiene lugar con Joseph Shumpeter, quien sugiere que invenciones e innovaciones son la clave del crecimiento económico y quienes implementan ese cambio de manera práctica son los emprendedores. El «entrepreneur» o emprendedor, pasa de ser principalmente un tomador de riesgos económicos, en general, a un innovador. Queda suficientemente clara, la apropiación inadecuada del término, por su mal uso, por la progresía española, sindicatos incluidos, que demandan emprendedores, como la solución a la crisis de empleo que padecemos. Aquí lo que hacen falta son muchos empresarios, convencidos de su condición. Una sociedad, la española que modifique la concepción que sobre los mismos se debe tener, ya que son los únicos con capacidad para generar empleo y sacarnos de la podredumbre a donde nos ha llevado este gobierno. Y una última cosa. El reconocimiento merecido de la sociedad española al término empresario, debiera exigir la retirada inmediata del contenido existente al efecto en el bodrio de «Educación parea la Ciudadanía», donde se sataniza el concepto y se ensalza el del Estado de forma demagógica e insultante, que sólo pueden distorsionar la mente de los escolares españoles.
FERNANDO SICRE GILABERT.

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